Santuario en miniatura y morada del Testimonio que terminó Ishap Moheb, hijo del señor Efrein Wadowa el año setenta y cinco. ¡Asimismo vuélvete, oh Dios, y apresúrate a reconstruir Jerusalén!
Pasear por las calles de Córdoba siempre es mágico, pero en algunos lugares la sensación llega a ser casi mística.
Pasar del bosque de columnas de la Mezquita a las estrechas callejuelas de la judería con sus coquetas iglesias y conventos, y de pronto darse cuenta, al ver la estatua de Maimonides, que estas en el mismo lugar por el que tantas veces pasó te hace comprender en un instante que hubo un tiempo en el que por las mismas calles que tu pisas paseaban personas de tres culturas diferentes, de tres religiones diferentes, que compartían muchas cosas, pero una sobre todas ellas, su amor por una ciudad, Córdoba.
La otrora capital de occidente llego a ser el lugar donde auténticamente las tres civilizaciones vivieron en común, quizás no tan en paz como normalmente se idealiza pero, al fin y al cabo durante una época vivieron juntos.
Como no podría ser de otra manera la Sinagoga se encuentra en la calle Judíos.
Fechada en el año 5075 del calendario judío (1315 cristiano) es la única que se conserva en Andalucía y una de las únicas tres que se conservan en España de esa época, junto a las preciosas Sinagoga del Tránsito y Sinagoga de Santa María la Blanca ambas en Toledo.
Actualmente la vemos prácticamente en todo su esplendor pero tiene una historia increíble con extrañísimas transformaciones.
Los primeros judíos llegaron a Andalucía con los mercaderes fenicios en torno al siglo X a.C. principalmente a la zona de Huelva-Cádiz, desde allí y remontando el Guadalquivir llegaron a Córdoba en la que en aquella época estaban los iberos.
Por increíble que parezca cuando se fundó la ciudad romana de Córdoba por Claudio Marcelo, los judíos ya estaban allí.
Durante la época de ocupación romana los judíos disfrutaron de una enorme libertad de culto y de una gran permisividad por la entonces civilización dominante.
Todo parecía ir bien hasta el siglo VII, con la llegadas de los visigodos desde el norte, cuando sufrieron una fuerte represión por parte de los cristianos hasta que Isidoro de Sevilla prohibió la violencia sobre ellos.
Bueno y que paso, una cosa curiosa otra vez. Los judíos que habían aguantado durante un tiempo la presión ejercida por los cristianos vieron con muy buenos ojos la invasión musulmana de la península, que incluso apoyaron.
Los musulmanes a cambio les permitieron practicar el comercio y una total libertad de culto.
Los judíos en esta época alcanzaron grandes cotas de poder en la corte Omeya, con cargos muy significativos hablando en árabe a la vez que en romance y con una gran integración en la sociedad musulmana.
En esta época de gran florecimiento comercial fue cuando los judíos debido a sus practicas comerciales ocupaban barrios específicos dotándolos de una fisionomía peculiar con sus propias sinagogas.
Y aquí es donde empieza la historia de nuestra Sinagoga que por curioso que parezca se construyó bajo el reinado de Alfonso VI, como agradecimiento de éste hacia los judíos por su colaboración en la victoria de la batalla del Salado, frente a los musulmanes.
No fue la primera idea de los judíos, ya que la primera era y fue construir una gran sinagoga, pero debido a su suntuosidad, y tras muchísimas críticas en la ciudad, el Obispo se dirigió al Papa Inocencio IV para que fuera derribada lo cual milagrosamente no paso.
Años más tarde, con el obispo ya muerto y aunque parezca increíble la Gran Sinagoga se derribo y en su lugar fue permitida hacer la que ahora vemos.
Cuando los Reyes Católicos decidieron la expulsión de los Judíos, la Sinagoga y un centro de estudios talmúdicos junto a ella se convirtieron en un hospital para hidrófobos (Rabia).
Tras esto pasó a ser una capilla, en este caso de la hermandad de zapateros que cosas de la vida normalmente eran nuevos cristianos de origen judío.
Poco a poco se fueron cubriendo sus paredes y cambiando su fisionomía y en el siglo XIX llego incluso a ser una escuela de párvulos.
Ahora la podemos ver de nuevo casi en todo su esplendor y aunque nos está conservada en su totalidad la decoración en yeso con motivos mudéjares aun se puede apreciar 700 años despues.
Cuando llegamos a la Sinagoga tras pasear por las estrechas callejuelas de Córdoba encontramos un coqueto patio desde el que accedemos a un pequeño vestíbulo y desde ahí podemos pasar a la sala de oraciones o subir unas escaleras que nos llevan a la tribuna de las mujeres en la planta superior.
La sala de oración es pequeña de unos 7 por 7 metros y la luz que entra por los ventanales hacen que la preciosa decoración de atauriques de las cuatros paredes resalte en todos sus detalles.
La cubierta de artesonado alcanza aproximadamente los 6 metros y en su lado oriental se abre el hejal o tabernáculo, espacio reservado para la Torá y en el lado opuesto al tabernáculo presenta un pequeño nicho con arco donde estuvo el retablo de Santa Quiteria.