Como Roma o Lisboa, Granada se alza también sobre siente colinas. Una de ellas es la del Albaicín, la más antiguamente poblada de la ciudad.
Enfrente de esta, al otro lado del Darro, se eleva la que los musulmanes llamaron la Sabika, una colina de poblamiento incierto, aunque, sin duda, también remoto, pues es más que probable que en ella hubieran tenido un asentamiento los fenicios.
En la cúspide de esta colina, que tiene a un lado el cerro del Sol y al otro la cumbre del Mauror, construyeron los árabes el monumento más suntuoso y exquisito de la arquitectura hispano musulmana, el qa’lat al-Hamra, el «Castillo Rojo», universalmente conocido como la Alhambra.
El iniciador de la Alhambra fue Muhammad I (1238-1273), apodado curiosamente el Rojo, al-Hamar, por el color de su pelo, fundador del reino nazarí de Granada. Alhamar reconstruyó la vieja fortaleza goda, al tiempo que edificaba un primer palacio que sería su residencia.
Algunos afirman que Alhamar era adicto al ocultismo y que dominaba la alquimia, gracias a la cual consiguió las inmensas sumas necesarias tanto para sus guerras como para sus construcciones.
Esta acusación de ocultismo fue más insistente aún para uno de sus sucesores, Yusuf I, cuyas obras en la Alhambra fueron de bastante mayor envergadura, para las que no pidió ni un dirham a sus súbditos.
Sea como fuere, tales acusaciones, si así puede llamárselas, constituyen la prueba de la aureola hermética que rodea a la Alhambra desde el comienzo mismo de sus primeras edificaciones y que muchos tratadistas estiman sustancial a lo largo del proceso constructivo.
Las primeras impresiones que el visitante recibe nada más penetrar en el monumento es la de su increíble fragilidad. en este caso, sin embargo, no se trata de un espejismo. En efecto, aunque en sus orígenes pudiera existir un propósito defensivo por parte de sus promotores, una de las singularidades más asombrosas de la Alhambra es la fragilidad de las distintas construcciones.
No se busque en el inmortal monumento muros de grandes sillares, piedras minuciosamente talladas y ensambladas, porque practicamente no existen.
Las fábricas que aquí se alzaron fueron de tapial y de argamasa. Las columnas parecen a punto de quebrarse, los arcos apenas tienen nada que sostener, las bovedas se encuentran a solo un tris de desprenderse y caer. Todo es frágil, sí, sutil, delicado, volátil y, no obstante, perdurable. Aunque por las almenas que coronan sus muros pueda parecer una fortaleza, se trata en realidad de una ciudad palatina, de vida intensa y, en mucha ocasiones, sumamente agitada.
En ella tenía su residencia el sultán, pero también los miembros principales del gobierno, los soldados de su guardia, el personal de la administración y toda una pléyade de artesanos que disponían dentro del cercado, de sus viviendas y de sus talleres. aunque la mayoría de los reyes nazaríes intervinieron en la edificación, tal y como ha llegado a nuestros días, la confiiguración de la Alhambra se debe, además de al citado Alhamar, a sus sucesores Yusuf I y Muhammad V, padre e hijo, y al emperador Carlos V.
A lo largo de los siglos, la Alhambra ha sufrido diversas vicisitudes, algunas de tal gravedad que pudieron abocarla incluso a su desaparicicón. Por suerte, tras la toma de la ciudad, los Reyes Católicos le otrorgaron la consideración de Casa Real, nombraron un alcaide y asignaron rentas para la reparación de las torres y la construcción de nuevos caminos de acceso.
Esta inquietud se mantuvo en los monarcas castellanos, hasta Felipe V, quien, además de suprimir la Alcaidía, se apoderó de los recursos habilitados parar la conservación de las edificaciones.
A partir del siglo XVIII, el abandono es casi total y en los privilegiados palacios, en las ocultas galerías, en la intimidad de los salones más ricos se alojan desde soldados inválidos a profesionales modestos, pasando por toda una chusma indeseable que no duda en instalar incluso tabernas en las salas más bellas y usar las pilas y las fuentes como baños.
A esta deporable incuria se añadió la ocupación de la ciudad por los franceses en 1810, quienes convirtieron el monumento en cuartel y, en 1812, no dudaron siquiera en volar parte del mismo.
Habrá que esperar hasta 1830 para que el Estado aporte los fondos necesarios para iniciar la restauración. en 1870, por fin, es declarado Monumento Nacional, título al que se añade el de Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco, en 1984,
En el último siglo, los trabajos de restauración y mantenimiento han sido intensos, lográndose con ellos no solo salvar a la Alhambra de la ruina, sino devolverle su mejor imagen.
La creación del Patronato e la Alhambra y el Generalife constituye la garantía de que esta imagen se mantendrá en el futuro.
Textos Silvia Roba y AnayaTouring/VV.AA.
Turismo Andalucía